No hace tanto hice un viaje en tren. Me sentía raro y nervioso, puesto que siempre viajo en coche.
El caso es que me fui a Cádiz. Con la familia. Nada hacía suponer lo que iba a pasar... Mi sobrina se había roto el femur en Enero y todavía andaba con muletas. En aquellos momentos en que el paseo es largo, usamos una silla de ruedas. En Puerta de Atocha fuimos a Atención al Cliente, tal y como nos habían contado.
Nos montamos en el tren y arranca en su hora. Para en Córdoba, para en Sevilla... paradas programadas, por otro lado... De repente, se para en mitad del campo. Al cabo de unos segundos, una voz por la megafonía anuncia "movimientos de maniobra". Vamos, que ponen la marcha atrás. La última estación que habíamos pasado era Utrera; allí se estacionó el convoy. Después de algo así como hora y media acaban anunciando que el tren que íba delante del nuestro ha sufrido "un arrollamiento". Lo que ya sabemos que suele ser que alguien se ha tirado a las vías...
Por lo tanto, que bajáramos del tren con el equipaje, que nos llevaban en autobuses hasta Lebrija para embarcar allí en otro tren. Pero es que nosotros éramos un caso especial (había tres "casos especiales" en ese tren, al final). Costó otros 45 minutos, pero al final apareció un taxi que nos llevó hasta Cádiz. Pagándolo RENFE, por supuesto.
Qué aventuras.
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